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4 de Febrero de 2005

Hay que ganárselos... ¿pero cómo? La imagen pública de Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán

En mi regreso de California a Washington, DC, después de cubrir la elección de Arnold Schwarzenegger en otoño de 2003, me senté junto a un texano en el avión. Cuando el hombré me preguntó por mi profesión, le dije que era una periodista que trabajaba para una cadena árabe de televisión por satélite. Él inmediatamente se removió en su asiento, pegó un brinco hacia delante y me preguntó de forma abrupta: "¿Por qué nos odian?".

"¿Por qué nos odian?" es también una pregunta que parece preocupar al gobierno estadounidense, al menos hasta cierto punto. Debido a esto ha asignado 1.000 millones de dólares al año para intentar sacar algo de lustre a la maltratada imagen de Estados Unidos en el mundo. Pero no importa cuánto se gaste Estados Unidos, no causa sorpresa el hecho de que el antiamericanismo se halle en alza y que Estados Unidos sea visto con sospecha y desprecio en la mayor parte de los países árabes y musulmanes.

Un informe de una comisión de asesoramiento del Pentágono hacía notar que Estados Unidos está fracasando en sus esfuerzos para explicar sus acciones militares y diplomáticas en el mundo musulmán. Esta severa crítica de las políticas estadounidenses llega en un momento en el que la diplomacia pública estadounidense se encuentra en su punto más bajo.

"La imagen negativa de América en la opinión mundial y su disminuida capacidad de persuasión son consecuencia de factores que no tienen que ver con el fracaso a la hora de poner en práctica estrategias de comunicación", explica el informe, elaborado por el Defense Science Board. "Las políticas importan. Los intereses se enfrentan. El liderazgo cuenta. Los errores consternan a nuestros aliados y proporcionan a nuestros enemigos una ayuda involuntaria", continúa diciendo el informe.

Los problemas de imagen de Estados Unidos tienen menos que ver con el márketing y más con la política exterior. La guerra de Irak fue el último percance de toda una serie de planes mal diseñados para la región.

Esa guerra ha servido como catalizador para aquellos que buscan desacreditar a Washington y retratar a Estados Unidos como una superpotencia arrogante y avariciosa, una superpotencia que dicta su política y visión del mundo abogando por el cambio de régimen, que instala gobiernos amigos en el Próximo Oriente y que busca garantizarse el acceso a las reservas de crudo más grandes del mundo. Todo esto, aseguran ellos, le permitirá al señor Americano Medio seguir viviendo cómodamente y seguir pagando las facturas del gas y de la electricidad.

Bush pudo haber convencido a los 59 millones de estadounidenses que votaron por él para un segundo mandato que sus razones para ir a la guerra tenían como objetivo liberar al pueblo iraquí de la tiranía de Saddam Hussein. Pero fue mucho más difícil para él persuadir al ya suspicaz y más numeroso público árabe y musulmán de que su objetivo último era en verdad la liberación del pueblo iraquí.

Después de todo, ¿no fue su ministro de defensa, el Sr. Donald Rumsfel, el mismo que le estrechó la mano al despiadado dictador? ¿No fue Occidente quien suministró armas a Saddam Hussein y se puso de su lado en la guerra con Irán con el fin de que éste pudiera contener a los mullahs iraníes que querían exportar la revolución islámica? ¿Y no han sido los argumentos originales que empujaron a la guerra, es decir, las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y sus presuntos vínculos con Al Qaeda, totalmente desacreditados?

Además, el mundo árabe percibe hipocresía y doble moral cuando se trata de la política exterior estadounidense. ¿No fue el secretario de Estado estadounidense Colin Powell quien fue a Naciones Unidas a convencer a ese organismo mundial de la maldad del régimen iraquí, y de su capacidad para representar una amenaza para el mundo civilizado? ¿No fue el Sr. Bush quien afirmó en numerosas ocasiones que Saddam Hussein había desafiado muchas veces a Naciones Unidas y que se había negado a cumplir las resoluciones de Naciones Unidas? La manera que tuvo Bush de educar al dictador respeto a Naciones Unidas fue invadir Irak, capturar a Saddam Hussein y meterlo en la cárcel, todo sin sanción de las Naciones Unidas.

Después del 11-S, esto podría sonar como un argumento legítimo para muchos estadounidenses, quienes están tan ocupados intentando ganarse la vida que deben depositar su confianza en las manos del Sr. Bush para que éste les proteja de futuros ataques terroristas. Estos mismos estadounidenses no están particularmente interesados en la política mundial, ni se suscriben a The New York Times o escuchan la NPR (National Public Radio), medios donde podrían informarse de opiniones contrarias.

La mayoría de la gente en el mundo árabe y musulmán, por el contrario, dispone de medios alternativos en los que proveerse de noticias, y se preocupa de lo que sucede en el mundo. Muchos de esos ciudadanos no aceptan el argumento de que al invadir Irak, América se vuelve de alguna forma más segura.

¿Cómo pueden el Sr. Bush o su gobierno ganarse el favor de árabes y musulmanes cuando otro país, como es el caso de Israel, viola claramente cada una de las resoluciones individuales de Naciones Unidas y continúa ignorándolas? El Sr. Bush llama a Israel el único país democrático en Oriente Medio. Mientras que mucha gente está de acuerdo en que Israel es ciertamente una democracia, sus tropas en Gaza y Cisjordania no se comportan de manera democrática, sino que por el contrario resultan perversas y crueles.

El pueblo árabe contempla consternado este sesgo estadounidense hacia Israel. Cuando Estados Unidos habla acerca de sufrimiento y de abuso de los derechos humanos, no puede andarse con remilgos. Sharon no es Saddam, pero el sufrimiento es el sufrimiento, uno no puede medirlo en función del número de fosas comunes o del número de transéuntes asesinados por el fuego de un helicóptero Apache, que puede haber sido suministrado a los israelíes por los estadounidenses. Los estadounidenses necesitan aplicar los mismos estándares a todo el mundo para que ellos mismos no puedan ser acusados de hipocresía.

Si Estados Unidos quiere ser realmente serio en lo que respecta a abordar prioridades y quiere eliminar el respaldo que reciben grupos como Al Qaeda y sus socios, entonces tiene que invertir su capital político para resolver el conflicto palestino-israelí. Si el Sr. Bush no puede escuchar los consejos de su aliado más próximo, Tony Blair, y nombrar a un representante con peso político en Oriente Medio, u organizar una conferencia internacional, o dejar de lado su respaldo cristiano-evangélico por el estado judío, para así aplicar algo de presión sobre su amigo, el Sr. Sharon, si no puede hacer nada de esto, entonces creo que no hay esperanza.

El escándalo de los abusos en la prisión de Abu Ghraib, la prolongación de la detención de cerca de 600 de aquellos a quienes Estados Unidos llama "combatientes enemigos" y su maltrato subsiguiente —equiparable a la tortura, según un informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC) filtrado a The New York Times—, así como la discriminación sufrida por los estadounidenses de origen árabe y musulmán como consecuencia de la Ley Patriot, sólo pueden contribuir a erosionar la imagen de Estados Unidos en el mundo.

Como ha señalado el senador Ted Kennedy, la foto de los soldados iraquíes de pie sobre una plataforma de madera, encapuchados, con sus manos y sus pies unidos a un cable eléctrico, reemplazará a la Estatua de la Libertad como imagen de Estados Unidos en el mundo. Los prisioneros con los ojos vendados de Guantánamo, con sus monos naranjas y sus pies encadenados, seguirán dañando a Estados Unidos mientras no reciban un juicio justo.

La utilización por el Pentágono de tribunales militares es rechazada por las organizaciones humanitarias como una farsa y como una parodia de la justicia. Dejará heridas aún más profundas en la imagen ya socavada de Estados Unidos. A esto hay que añadir el último asesinato de un insurgente herido y desarmado en una mezquita de Faluja por parte de un soldado estadounidense. Mientras que la mayoría de los medios estadounidenses salieron en defensa del marine, la mayoría del mundo árabe y musulmán se sintió ultrajada. Sin duda esto contribuirá a que los insurgentes puedan reclutar nuevos miembros.

Estados Unidos necesita enfrentarse seriamente a los abusos arriba mencionados. No debería hacer caso omiso de ellos, puesto que los atropellos se acumulan en la psique de la gente en Oriente Próximo. Aunque el gobierno organizó un comité de investigación para examinar los abusos, lo que ha sido visto como un intento para aclarar la verdad, se necesita más para probar que los actos fueron cometidos por individuos aislados y no por un abuso sistemático que contase con la aprobación de las más altas esferas del Pentágono.

El papel de los medios

Una imagen vale lo que mil palabras, y Estados Unidos verdaderamente entiende el papel que juegan los medios. La aparición de cadenas de televisión por satélite pan-árabes, como Al Arabiya and Al Jazeera, ha llevado a éstas a reemplazar el papel de la tradicional cobertura periodística occidental de conflictos y de guerras que se hacía en el Oriente Próximo.

Y mientras que el anterior gobernador civil de Irak, Paul Bremer, clausuró en varias ocasiones las oficinas de Al Jazeera y de Al Arabiya en Irak, el gobierno estadounidense recurrió a respuestas todavía más desfasadas a la hora de contrarrestar a estas cadenas: creó su propio medio alternativo. El Congreso aprobó un inversión de 60 millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses para fundar Al Hurrah TV, una cadena de lengua árabe que emitiría en todo Oriente Medio. Al Hurrah se considera un fracaso: su audiencia no supera el 4%, según una encuesta realizada por la Universidad de Maryland. Y aunque en principio podría ser una empresa con éxito, si siguiera la tradición del mejor periodismo estadounidense, se la considera tristemente como un mero portavoz del gobierno estadounidense.

La utilización de los medios como una herramienta diplomática puede funcionar, pero Estados Unidos tiene que ser capaz de entender el mundo cambiante y de no repetir los errores del pasado. Radio Europa Libre o La Voz de América apelaban a naciones oprimidas en la antigua Unión Soviética y Europa Oriental, cuyos pueblos anhelaban liberarse de los regímenes totalitarios. Por el contrario, la mayor parte de la gente en Oriente Próximo contempla a Estados Unidos como un imperio amenazador. Además, el continuado respaldo que Estados Unidos ofrece a los regímenes dictatoriales en el mundo árabe aparece como otra muestra de que Estados Unidos no se toma muy en serio la idea de extender la democracia tal y como se refleja en su Iniciativa Gran Oriente Próximo, lanzada el pasado verano con ocasión de la cumbre del G-8 en Sea Island, Georgia.

"¿Por qué nos odian?" La respuesta es que en realidad no lo hacen; lo que odian son las políticas estadounidenses. En muchos aspectos la gente de Oriente Próximo considera a Estados Unidos como una sociedad verdaderamente justa y transparente, un país de oportunidad donde pueden cumplirse los sueños. Se ve a Estados Unidos como un refugio para todos aquellos que sufren injusticias en el mundo.

Se percibe a Estados Unidos como una sociedad tecnológicamente avanzada, con equipamiento médico sofisticado, programas espaciales, excelentes universidades y múltiples oportunidades de negocio, como un país que ha unido a su pueblo bajo el paraguas de ser simplemente estadounidense, algo que resulta difícil de lograr para las comunidades inmigrantes en toda Europa.

Resulta una lástima por tanto que "la dulce tierra de libertad" esté enfrentada con tanta gente en el mundo y que tenga visos de estar encaminándose hacia el tan temido choque de civilizaciones.

Nadia Bilbassey-Charters es corresponsal en Washington de la cadena Al Arabiya TV.


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