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19 de Enero de 2005

El enemigo interior

Al servirnos de una muletilla -"guerra contra el terrorismo"- para describir la respuesta de los Estados Unidos a los atentados del 11 de septiembre, es fácil creer que esta guerra -como todas las anteriores- puede ganarse eliminando a las fuerzas enemigas, debilitándolas hasta que doblen la rodilla y estén listas para capitular.

¿Qué queda aún por lograr después de casi tres años y medio de guerra? Unos cinco mil afganos y combatientes extranjeros murieron durante la Operación Libertad Duradera en Afganistán, incluyendo la mano derecha de Osama Bin Laden, Mohammed Atef. Cerca de quinientos cincuenta agentes de Al Qaeda están actualmente detenidos en la base naval estadounidense de Guantánamo, Cuba. El presidente Bush sostiene que dos tercios de los altos mandos de Al Qaeda han sido capturados o eliminados, incluyendo a Khalid Sheikh Mohammed, el presunto cerebro detrás del 11-S. Y sin embargo todavía hay nada menos que 60.000 presuntos miembros de Al Qaeda desperdigados por el mundo (esto basándose en el número de personas que habrían recibido instrucción en Afganistán). Dado que los terroristas suicidas no pueden –por definición– ser disuadidos, parece que no hay más opción que matarlos a todos antes de que sean ellos los que nos maten a nosotros.

Pero esa "victoria" es un espejismo, porque éste es otro tipo distinto de guerra que requiere de un enfoque estratégico diferente. El tema clave es la pregunta suscitada por Donald Rumsfeld, secretario de defensa estadounidense, en el informe Guantánamo que se filtró a la prensa y que desde entonces se ha hecho famoso: ¿"Conseguimos capturar, matar, desmotivar o disuadir a más terroristas cada día que los que las madrasas y los clérigos radicales reclutan, instruyen y despliegan contra nosotros"? Con más de mil millones de musulmanes en el mundo, una estrategia que tan sólo se centre en lo primero sin preocuparse de abordar lo segundo es una estrategia condenada al fracaso.

Rumsfeld estaba haciéndose esa pregunta desde el punto de vista exclusivamente estadounidense, pero América no está sola en la guerra contra el terrorismo. Ciertamente, la participación y cooperación de los amigos y aliados de EEUU resulta fundamental de cara a la campaña global. Así que, ¿como deberían pensar las naciones democráticas en su conjunto a la hora de librar la guerra contra el terrorismo?

Musulmanes europeos, lecciones globales

En este nuevo tipo de guerra, hay tres prioridades: el estado de los musulmanes que viven en sociedades democráticas, la defensa de los principios democráticos y las relaciones comerciales con el mundo musulmán.

En primer lugar, las sociedades con una población musulmana inmigrante relativamente grande – como es el caso de Francia (más de cinco millones), Alemania (más de tres millones) y el Reino Unido (un millón y medio) – deben darse cuenta de que esos grupos pueden ser vulnerables a la radicalización, el primer paso en la carrera como terrorista. Por lo tanto, la forma según la cual la sociedad asimile esa población musulmana puede ser la cuestión individual más importante para esos países.

Estos musulmanes europeos tienden a vivir en enclaves urbanos, más de forma separada que integrados en sus países adoptivos, en contraste con sus homólogos estadounidenses, cuyo grado de integración es mayor. Conviene hacer hincapié en que ninguno de los secuestradores del 11 de septiembre fue reclutado en la comunidad musulmana de Estados Unidos, en que desde el 11 de septiembre Estados Unidos no ha sufrido –afortunadamente– ningún otro atentado por parte de Al Qaeda, y en que prácticamente ninguno de los complots internacionales desenmascarados recientemente puede vincular sus orígenes con la comunidad musulmana de Estados Unidos. Por el contrario, sabemos que la "célula de Hamburgo" asumió el papel dirigente en los atentados del 11-S y que muchos de aquellos de los que se cree estuvieron involucrados en los atentados de Madrid del 11-M eran inmigrantes musulmanes en Europa.

A la vista de esto, la decisión del estado francés de prohibir las vestimentas de carácter religioso (incluyendo el pañuelo musulmán) en los colegios no es algo banal. Los políticos franceses argumentan que la prohibición es necesaria para proteger la tradición de secularismo que sustenta la sociedad francesa y como una forma de contrarrestar el creciente islamismo fundamentalista. El acérrimo deseo de mantener a Francia como una sociedad laica en la que haya una clara separación entre iglesia y estado es perfectamente comprensible. Pero el islamismo fundamentalista per se no es el problema y si la prohibición sobre el pañuelo sirve para radicalizar aunque sólo sea a una minoría militante de los musulmanes franceses, esta prohibición hará más para crear una nueva amenaza terrorista potencial que para disipar las que ya había.

En segundo lugar, es importante que las sociedades democráticas recuerden que proteger a sus ciudadanos contra el terrorismo consiste en algo más que en garantizar la seguridad y la defensa de la vida y de la propiedad. No cabe duda de que el pueblo espera con justicia que el gobierno lo proteja contra atentados terroristas, pero el problema que esto causa puede ilustrarse mejor con una afirmación del Ejército Republicano Irlandés después de un intento fallido para asesinar a la entonces primera ministra, Margaret Thatcher, en octubre de 1984: "Recordad, nosotros sólo tenemos que tener suerte una vez. Vosotros debéis tener suerte siempre".

De aquí puede entresacarse que la defensa perfecta es una quimera quijotesca. Lo más importante es que en su intento de proteger contra el terrorismo, los gobiernos democráticos deben recordar que su responsabilidad última consiste en defender los principios fundamentales sobre los que se asientan el gobierno y la sociedad. La lección que debe extraerse de algunas de las propuestas más controvertidas del gobierno del presidente Bush en lo que respecta a la seguridad interior – como aquella en la que el presidente manifiesta su derecho de clasificar a un ciudadano estadounidense como combatiente enemigo, privándolo de esta forma de todo acceso a asesoramiento legal y manteniéndolo en prisión durante tanto tiempo como el propio presidente quiera– es que la constitución no resulta un impedimento a la hora de librar la guerra contra el terrorismo, sino que más bien es de esto de lo que trata la guerra contra el terrorismo.

Tercero, las sociedades democráticas no deben subestimar el poder que como elemento fundamental de la guerra contra el terrorismo puede tener la liberalización del comercio con los países musulmanes. Cuanto más forme parte el mundo musulmán de la economía global –lo que puede desembocar en reformas políticas y económicas del tipo de las que estamos viendo en China– menores posibilidades habrá de que sus poblaciones sean susceptibles al radicalismo. Esto no significa traer el libre comercio al mundo musulmán por la vía de las armas, sino abrir las puertas del comercio y permitir que los musulmanes compitan en un mercado justo.

Aquí el bien común por encima del egoísmo puede necesitar del fin de los aranceles y de cualquiera de las barreras contra el comercio que impiden el acceso de los países musulmanes a los mercados internacionales. Por ejemplo, uno de los pocos productos que Afganistán puede destinar verdaderamente a la exportación son los textiles. Y sin embargo tanto la Estados Unidos como la Unión Europea imponen restricciones arancelarias a los productos textiles que llegan de fuera con el fin de proteger a los trabajadores y a las industrias locales. Al igual que la decisión francesa de prohibir el pañuelo, esta acción podría en último término demostrarse muy poco inteligente, y hasta contraproductiva si al final lo que se consigue es un Afganistán vulnerable al islamismo radical.

Conclusión: mirar hacia adentro

La tendencia humana nos lleva a considerar al enemigo como "al otro" y a mirar hacia afuera. Sin embargo las sociedades democráticas no deben de tener miedo de mirar también hacia adentro. No sólo por el enemigo potencial que pueda estar acechando dentro de sus fronteras, sino también para comprender cómo sus actos pueden repercutir sobre la dinámica y la evolución de la amenaza terrorista musulmana. La tarea para las sociedades democráticas, por lo tanto, es evitar el destino de Pogo, el personaje de la tira cómica:"Hemos entrado en contacto con el enemigo; y somos nosotros".

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