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8 de Febrero de 2005

Cinco principios para un mundo más seguro

En las semanas que siguieron a los atentados del 11 de septiembre las autoridades federales de Estados Unidos actuaron en ocasiones de una manera "completamente inaceptable". Se arrestó así a inmigrantes en función de chivatazos más que cuestionables, se impidió el acceso de los detenidos a sus abogados y se llegaron a cometer abusos contra ellos. Esto no es una acusación lanzada por la izquierda o por grupos de defensa de los derechos humanos, sino el reconocimiento hecho por Michael Chertoff, actual candidato al puesto de secretario de Seguridad Interior, durante las audiencias de confirmación a las que tuvo que someterse en el Senado. Chertoff, entonces responsable de la división criminal del departamento de Justicia, fue uno de los principales responsables de las redadas que tras el 11-S tuvieron como consecuencia la detención de cientos de musulmanes inocentes.

Después de esto ha habido más atrocidades, desde las torturas en Abu Ghraib a la "rendición extraordinaria", el encarcelamiento sin juicio en Guantánamo (y en Belmarsh, en territorio del aliado británico de EEUU) o a la readopción de los escuadrones de la muerte como política oficial de Estados Unidos.

El terrorismo es en sí mismo brutal. Es algo indefendible e inmoral. Pero en raras ocasiones constituye una amenaza para la existencia continuada de una democracia a no ser que la democracia sea cómplice del daño. Y sin embargo tanto George W. Bush como Tony Blair han puesto a sus gobiernos en la senda de la complicidad durante los últimos tres años. En memoria de las víctimas inocentes del terrorismo y de las de la "guerra contra el terror", me gustaría ofrecer cinco principios provisionales que expliquen en qué debería basarse la respuesta democrática contra el terror:

  1. No exagere los términos de la amenaza. Por horribles que fueran los atentados de Nueva York, Washington, Bali y Madrid, deberíamos dejar bien claro que ninguno de ellos constituyó en ningún momento una amenaza para la integridad del estado, del gobierno o de la forma de vida de Estados Unidos, Indonesia o España. En Estados Unidos, el gobierno continuó gobernando, los tribunales siguieron funcionando y la prensa continuó informando, si bien es cierto que con alguna pérdida en las formas. España organizó unas pacíficas elecciones democráticas a los pocos días de la matanza de Atocha. Indonesia fue testigo de lo que seguramente fueron sus primeras elecciones presidenciales libres. Reconocer que la vida siguió como hasta entonces no disminuye de ninguna manera el dolor y la pena sufrida por las víctimas o sus familiares. Ser incapaces de reconocer esto equivale a explotar a esas víctimas en un miserable juego político.
  2. No desorbite la capacidad de los terroristas. El propósito del terror para un terrorista es exactamente ése: aterrorizar, asustar a los pueblos y los gobiernos de forma que se caiga en comportamientos que fomenten tus objetivos. Cuanto más sigan las democracias el juego de los terroristas, mejor para estos últimos. Así que cada vez que un líder democrático habla sobre el malvado demonio —con nombre o sin él— que está ahí para destruir nuestra forma de vida tal y como la conocemos, les está haciendo un gran favor. Si el presidente de Estados Unidos, por poner un ejemplo al azar, siente que es necesario invadir no sólo uno sino dos países y utilizar la retórica de la guerra perpetua con un pueblo que carece de la información para contradecirle, el terrorista debería enviarle una nota de agradecimiento. Y en verdad Osama Bin Laden lo hizo.
  3. Busque sostén en su ventaja moral. La mayoría de la gente, cuando tiene la oportunidad, prefiere vivir bajo un gobierno de su elección, dirigido por hombres y mujeres en los que confíen y que se comporten de forma transparente, honesta e íntegra. El hecho de que ésta sea una afirmación del presidente Bush no la convierte en falsa. Desafortunadamente, esta elección se le niega actualmente a la mayoría de la gente, e incluso en aquellos lugares en que teóricamente existe, los resultados no son siempre tan buenos como deberían ser. Sin embargo, dada la oportunidad de escoger, la gente prefiere la democracia a la tiranía.

    Quienes tienen otros planes desacreditan en consecuencia la democracia con el fin de ganar miembros para su causa. El desafío para las democracias consiste entonces en demostrar que son en efecto formas de gobierno superiores, que se mantienen fieles a sus principios: el imperio de la ley, la separación de poderes, el respeto de los derechos civiles y humanos, la preferencia por las soluciones no violentas. Esto no impresionará a los verdaderos partidarios de la causa terrorista, pero con éstos en cualquier caso poco se puede hacer. Calará en la mayoría, y éso es lo que cuenta. El fracaso a la hora de preservar lo esencial permite a los extremistas persuadir a sus reclutas de que las democracias son hipócritas y de que tras el disfraz de los principios sólo esconden una retórica vacía.

    Bush y Blair se han comportado como sargentos reclutadores del terror al abandonar estos principios en muchos sentidos. Ambos se han confabulado para socavar uno de los atributos centrales de la democracia: el imperio de la ley y el acceso igualitario a la justicia. Ambos se han confabulado para fomentar el uso de la tortura, las detenciones arbitrarias, los encarcelamientos sin juicio y el asesinato extrajudicial. Es interesante destacar que cuando ha habido una oposición exitosa a estas políticas ésta se ha producido en los tribunales de justicia y no, al menos por el momento, en el legislador, en las urnas o en la calle, lo que constituye un fracaso político que debería preocupar seriamente a cualquier democracia.

  4. Nunca politice sus servicios de inteligencia. Usted necesita que le digan qué es lo que está pasando. Esto es más complicado de lo que parece. Para empezar, no resulta fácil averiguar qué es lo que está pasando. Además, resulta muy difícil interpretar los datos que se recopilan. A nadie, ni tan siquiera a los miembros de los servicios de inteligencia, les gusta que les consideren unos idiotas; las instituciones siempre tenderán a una visión interpretativa que pueda ser del agrado de sus jefes políticos. Recuerde que cuando la administración estadounidense gustaba de exagerar la amenaza de la Unión Soviética, ninguno de los fríos guerreros de los servicios de inteligencia supo preveer los acontecimientos de 1989. Incluso insinuar que era intrínsicamente inverosímil que la Nicaragua gobernada por los sandinistas pudiera doblegar a Estados Unidos conllevaba el riesgo de una posible acusación de simpatía comunista. Quizás el principio sea utópico. Quizás el mensaje, entonces y ahora, es que si un líder verdaderamente quiere la guerra, entonces los servicios de inteligencia le buscarán la excusa. Esto podría ser muy peligroso, dependiendo de la guerra a la que nos aboquemos.
  5. Los servicios de inteligencia son importantes pero no deben configurar las políticas. Incluso si ha consiguido seguir la regla (4), debería usted tener en cuenta que, incluso con la mejor de las voluntades del mundo, la inteligencia no es necesariamente fiable. A la vista de los últimos sucesos, creo que no hace falta poner esto de manifiesto. La inteligencia informa la política, pero no la determina; al estado secreto nunca debería permitírsele situarse más allá de la ley. Cualquier información obtenida por medio de la tortura, incita doblemente a la desconfianza.
Como conclusión, las democracias deben luchar contra el terror. Pero las democracias se derrotan a sí mismas si adoptan tácticas que inspiren repulsión y acusaciones creíbles de hipocresía. Ganan al conservar la lealtad de la gran mayoría de un pueblo que rechaza el terrorismo como táctica y el autoritarismo como forma de gobierno. Si el terrorismo es política por otros medios, debe ser contenido y combatido por genuinas políticas públicas basadas en principios democráticos.

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