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16 de Febrero de 2005

Conversar con terroristas en Gaza

Un diálogo en Palestina con algunos de los principales líderes terroristas palestinos hace que Mient Jan Faber, experto en resolución de conflictos, reconsidere nuevamente sus opiniones acerca del fundamento ético de la acción política.

de Mient Jan Faber

En lo que respecta al gran debate que ahora tiene lugar acerca del terrorismo, creo que puedo partir desde un lugar destacado.

Durante más de treinta años he trabajado en zonas de conflicto, especialmente en Oriente Próximo y también en Irak, los Balcanes, el Cáucaso y Cachemira.

A pesar de toda esta experiencia, fue una reciente visita a Gaza y un encuentro con defensores del terrorismo lo que me dio una perspectiva nueva acerca de las posibilidades y límites del diálogo.

Todo comenzó cuando el Consejo Intereclesiástico para la Paz holandés (IKV) me envió a Gaza, donde estaba ofreciendo su respaldo a organizaciones civiles palestinas en su campaña a las elecciones locales. Era todo muy extraño. Cuando llegamos a Gaza pudimos comprobar que las Fuerzas de Seguridad Preventivas de Arafat, dirigidas por aquel entonces por Mohammed Dahlan, habían clausurado las oficinas del movimiento al que estábamos ofreciendo nuestra ayuda. ¿Por qué? Porque los mítines que se habían celebrado en la Cisjordania y en Gaza habían tenido mucho éxito. Yasser Arafat se sintió amenazado por las elecciones locales así que ordenó a sus fuerzas de seguridad que irrumpieran en las oficinas de esos oficinas y penetraran en sus ordenadores para ver qué era lo que estaba sucediendo. La gente allí se sentía muy enojada.

Luego, hablé con Mohammed Dahlan en Ramala y le pregunté cómo habían aprendido sus hombres a penetrar sistemas informáticos. ¡Él me dijo que les habían instruido los servicios de inteligencia holandeses! Había algo de gracioso en el hecho de que les estuvieran dando dinero público holandés al tiempo que nos lo daban también a nosotros para promover proyectos de la sociedad civil.

Esto es un típico ejemplo de las muchas contradicciones que tienen lugar en Palestina. Por entonces, estábamos financiando otra organización llamada Panorama, la cual tenía oficinas en Jerusalén Este, Gaza y Ramala. Ofrecía cursos sobre democracia. Sus estudiantes debían pasar un examen sobre el contenido de la asignatura, vestir de manera inteligente y recibir un diploma oficial, para luego salir a la calle y darse cuenta de que no había nada, de que no existía democracia de ningún tipo. Empecé a sentir que lo que estábamos haciendo era bastante ridículo.

Hablar con terroristas

Decidí que tenía que comprender y que encarar por mí mismo la cultura de Gaza y el atractivo de grupos militantes como Hamás y la Yihad Islámica. Tenía que comprender su manera de pensar, lo que implicaba acercarse a sus líderes y seguidores. Sentía que era particularmente importante porque sabía que mis amigos y mis colegas de profesión en Israel estaban cada vez más asustados, y porque podía percibir que la distancia que separaba a palestinos e israelíes era cada vez mayor.

Así que llamé a uno de mis amigos en Gaza para ver si podía reunirme con Sheikh Ahmed Yassin y Abdel Aziz al-Rantisi, líderes de Hamás (ambos asesinados posteriormente por Israel), y con Mohammed al-Hindi, un líder de la Yihad Islámica que ha sobrevivido a varios intentos de asesinato. Fue fácil: ellos querían y estaban dispuestos a hablar.

Entré en una habitación de una pequeña casa. Allí me senté con Sheikh Yassin, quien estaba en su silla de ruedas. A medida que entraban visitas en la habitación, éstas se arrodillaban y besaban su mano como si fuera un Dios.

El comenzó a decirme lo malos que eran los israelíes. Le interrumpí al cabo de unos segundos. Le dije que quería hablar de sus principios. Le dije que creía que debía explicarme. Le conté que era calvinista y que aunque había aprendido que la gente puede hacer el bien, sabía que el ser humano también puede esconder mucho mal en su interior. Le dije que creía que uno debía marcarse ciertos límites y que a esos límites era a lo que yo llamaba "ética personal". Le pregunté si esa idea de "ética personal" podía encontrarse en el Islam. Él comenzó nuevamente a hablar de Israel.

Le comenté que entendía que las políticas de Israel no tenían justificación, pero le pregunté de nuevo: "A pesar de todo, a pesar de lo que Sharon está haciendo, ¿se interroga a sí mismo alguna vez acerca del papel de ambos bandos, se cuestiona si puede tener que afrontar alguna responsabilidad por enviar a suicidas y a sus víctimas a la muerte?"

Él no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

¿Cómo es que no podía entender la idea de la ética personal? Yo pensaba que era algo que resultaba extremadamente claro.

Pensé que quizás estaba bromeando o mintiendo, pero la gente que se encontraba a su alrededor también encontraba la pregunta extraña. Me di cuenta de que nadie les había formulado nunca la pregunta de esa manera.

"No puede pedirle a un muchacho que se suicide por usted", le dije a Yassin. "Quizás usted pueda suicidarse si usted quiere, pero esto no es algo que pueda pedírsele a un muchacho".

"Mire a su alrededor", me respondió. "¿Puede alguien vivir aquí?" Esto es un cementerio. Estamos todos muertos. Lo único que podemos hacer es celebrarlo. No estamos sólo matando israelíes. Lo que hacemos hace que nuestra vida se vuelva soportable; es parte de nuestra forma de entender la muerte".

Funeral por un terrorista suicida de Gaza

Más adelante, como parte de ese mismo intento de comprender el esquema mental del terrorismo, me encontré sentado en una habitación con unos veinte hombres: los hermanos, el padre y el resto de la familia de un chico que había cometido un atentado suicida. Las paredes estaban cubiertas con fotografías del chico. Sus hermanos me hablaban acerca de los "grupos especiales" de Hamás, que proporcionan instrucción durante meses para poder llevar a cabo una acción como ésa. Yo pensaba que ellos también debían formar parte de Hamás.

En cierto momento les interrumpí, diciéndoles cuán difícil me resulta entenderlo. Les pedí hablar con la madre del chico. Cuando entró en su habitación su rostro estaba resplandeciente; parecía que se hallara en el cielo. Le dije que lo sentía, que debía ser una verdadera tragedia haber perdido un hijo. Le pregunté cómo lo llevaba.

"Al principio, cuando se unió a Hamás, yo pensé, 'oh, Dios mío, no quiero perderte'", me respondió ella. Luego me contó que la formación de su hijo incluía volver a casa para explicar las ideas de Hamás, la necesidad de lo que estaba haciendo, y los días gloriosos que vendrían. Poco a poco todo se fue haciendo más fácil. "Estaba convencida de que ése era el tipo de sacrificio que uno debía hacer".

Uno de los hermanos me dijo: "Si él hubiera muerto en un accidente de coche habrían asistido entre 100 y 150 personas a su funeral; ahora hay 15.000". Su padre me confesó que ha sido el día más glorioso de su vida.

Gaza es verdaderamente diferente de Cisjordania. Es otro mundo. Hay un millón de personas en la arena. Para entender el terrorismo en Gaza tienes que conocer ese contexto, esa red de sentimientos enraizados en un bloqueo político específico. En Gaza no creo que la motivación prioritaria detrás del terrorismo sea el odio. Es verdaderamente una forma que tiene la gente de celebrar lo que por otro lado es un "muerto viviente".

Si preguntas a la gente de la calle, te dirán que Osama Bin Laden es absolutamente extraordinario. Pero su ideología es tan provincial, tan local; se trata de Gaza, Gaza y nada más que Gaza, porque ellos no tienen otra cosa.

El terrorismo es diferente en todas partes. En Gaza creo que existe una buena posibilidad de que la cultura de la muerte pueda extinguirse. Si la gente percibe que existe la posibilidad de ir al colegio, de conseguir un trabajo o de viajar, si todo esto sucede, entonces la gente de Gaza volverá a la vida. Será posible contar con cierta perspectiva.

¿Pueden ellos entendernos?

Tuve una conversación distinta con un líder de la Yihad Islámica de Gaza. Esta vez fue él el que vino a pedirme ayuda. El gobierno holandés había impedido a las instituciones caritativas de Holanda recolectar dinero para su grupo. ¿Podía yo hacer algo acerca de ese tema?

Le dije que no lo haría. Le dije que su organización estaba dispuestas a cometer más atentados suicidas y que yo me mostraba absolutamente en contra de ellos. Él se molestó. Se quejó de Israel y una vez más preguntó por qué no podía ayudar a poner fin, cómo el dijo, al sufrimiento de su pueblo.

"Durante la II Guerra Mundial", le respondí, "mi padre luchó en la resistencia, contra la ocupación alemana. Si hubiera cruzado la frontera y hubiera asesinado niños por medio de un atentado suicida sobre un colegio, no le habría perdonado nunca. Ésa es mi postura". Él permanecía en silencio. Yo tenía la sensación de que de pronto había comprendido que no había nada más que discutir.

Para mí, el encuentro con el terrorismo me devuelve a mis valores fundamentales. Cuando me vi hablando con líderes terroristas obtuve una nueva visión de mis raíces calvinistas. Ahora, en lo que a ellos respecta, fue sólo cuando comprendieron que yo condenaría a mi propio padre si hubiera sido un terrorista, cuando ellos se dieron cuenta de que mi esfuerzo por entenderlos no significaba en ningún caso que pudiera excusar o aceptar lo que habían hecho.

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Mient Jan Faber es profesor especializado en el papel de los ciudadanos en tiempos de guerra en la Free University de Amsterdam, aunque es matemático de formación. Durante muchos años ha trabajado sobre iniciativas sociales para El Consejo Intereclesial para la Paz (ICPC). Es miembro del Grupo de Trabajo 16: Enfoques y Estrategias de la Sociedad Civil.

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